sábado, 18 de mayo de 2013

Tiempo de reflexión, tiempo de calidad…


A veces solemos estar absortos, sumergidos en la rutina que apenas si nos deja palpar los pequeños logros alcanzados… tanto es así que al cabo de haber culminado con aquello que tanto anhelábamos, nos embarcamos en un nuevo viaje cargados de la expectativa e incertidumbre que guarda siempre un nuevo proyecto. Por supuesto que ésto es parte natural de la naturaleza humana, siempre deseante de nuevos desafíos, de nuevos logros. Pero si tan sólo podríamos, por un breve instaste, reflexionar y disfrutar de aquello que tenemos en nuestras manos… ¡Que felices seríamos! Y esto aplicado a los pequeños detalles que conforman nuestra existencia diaria, a cada pedacito del día en el cual obtuvimos mediante nuestro esfuerzo y empeño aquello que, por minúsculo que sea, nos permite, por ejemplo: llevar el alimento a nuestra casa. Mucho más aún aplicado a los grandes logros alcanzados con sudor y lágrimas!! Si esto no forma parte de nuestro ejercicio psicológico diario, más nunca obtendremos la tan anhelada satisfacción personal! Ya que nunca nos sentiremos satisfechos con nada, dado que en el mismo instante en que lo obtuvimos, ya se desintegra en nuestras manos para dar lugar a “aquello otro” que ahora anhelamos con más fuerza. Y esto no significa no tener sueños o aspiraciones de superación, no! Muy por el contrario significa: Valorar, asignarle el valor correspondiente, a aquello que la vida nos da la posibilidad de poseer, de palpar. Y hacerlo con gran alegría sabiendo que, por supuesto aquel sentimiento no puede durar para siempre, pero lo que perdurará es el dulzor en nuestro recuerdo, las marcas de las sonrisas en nuestros rostros y la sensación absolutamente placentera de disfrute y sentido de la propia vida! Intentemos ponerlo en práctica, sabiendo que también las actitudes se contagian, se transmiten y se heredan socialmente.